domingo, 2 de octubre de 2011

El solitario ejercicio de recordar tragedias

En estos días, colmados de recuerdos y con el espíritu sombrío, no puedo evitar preguntarme cómo llegué hasta aquí con la carga de todo lo vivido, como he podido soportar la injusta ausencia de mi hermano...

Pregunta sin respuesta 

¿Cómo pude vivir?
Si usted
Era el aire
La luz y la alegría.

Hace treinta años, mi hermana estaba prisionera en el cuartel militar de Quetzaltenango, en el que permaneció retenida durante nueve días y del que logró escapar gracias a un formidable impulso de vida. Detenida ilegalmente por el ejército, era imposible averiguar su paradero y, aunque lo hubiéramos sabido, nuestra protección no podía llegar hasta ella. En aquellos años, a los ojos de las familias de las víctimas de la represión asesinadas o desaparecidas, era evidente la complicidad de policías y jueces con la impunidad de los perpetradores.

Entonces, como ahora, cuando mi furia es tanta que quisiera levantar cada piedra, remover el silencio y abrir los labios de aquellos que -sabiendo la verdad- continúan callando, renuevo esa conocida sensación de frustración e impotencia y vuelvo a sentir que no hay poder humano que logre arrancarles la verdad y la justicia, que también fueron desaparecidas en Guatemala.

Impotencia

Soy fuego que no quema,
una raya en el agua,
caminos en el aire.

Sueños...
edificios de arena,
empedrados caminos al infierno,
intentos.

Una voz que no escuchan,
huracán que no arrasa,
tormenta que no llega.

Apagado volcán.
Soy furia contenida.

Todo esto lo sé porque lo he vivido. Pero la gente en Guatemala no lo sabe y, en términos generales, eso sucede porque en todos estos años no ha habido voluntad de parte de quienes desempeñaron puestos de decisión para implantar una política educativa dirigida a la recuperación de la memoria histórica. Este es un problema complejo porque, por otra parte, la verdad sobre lo sucedido en los años del conflicto armado y el terrorismo de Estado sigue siendo un terreno en disputa; los hechos siguen siendo negados por la institucionalidad comprometida, principalmente el ejército, y, por supuesto, por los perpetradores materiales e intelectuales de hechos abominables plenamente tipificados en los tratados internacionales de derechos humanos y el código penal guatemalteco. En esta postura, sospecho que existen intereses inconfesados por parte de la oligarquía que, cuando se trató de mantener su poderío, no dudó en apoyar a los asesinos y a los desaparecedores, tampoco le tembló la voz para dictar órdenes de muerte ni tuvo reserva alguna para organizar, financiar y armar sus propias bandas criminales para segar las vidas de quienes obstaculizaran su camino.

Hay otro hecho deplorable y es que para muchas personas, caladas por la "cultura" de la inmediatez, la novedad y el rechazo postmoderno a la historia, el conocimiento de lo sucedido en el pasado es innecesario. Otras tantas, son fieles reproductoras de la versión acuñada para preservar la impunidad de los perpetradores, como podemos leer con asco en los blogs del periódico, prensa libre y otros medios; y muchas otras siguen con los ojos cerrados, viendo para otro lado, o sencillamente cualquier mención a lo sucedido les remueve sentimientos difíciles de afrontar por su propia experiencia. Sin embargo, esto no es un asunto personal, aunque a eso queda reducido cuando se dan estas situaciones. Son la sociedad y el Estado quienes deben establecer políticas educativas y culturales, acompañadas de acciones contundentes de investigación, juicio y castigo a los culpables y de reparación a las víctimas.

Recordar hechos trágicos, como la desaparición forzada de Marco Antonio, por mucha verdad histórica que haya en ellos, ha sido para mí un doloroso ejercicio en solitario. Ya no quiero hacer eso, ya no quiero actuar como si estuviera haciendo algo ilegítimo o cometiendo un pecado mortal; tampoco me importa -y nunca me ha importado- ser incómoda por decir lo que pienso a contrapelo de lo que manda el poder. Ahora, sintiéndome parte de quienes construyen un camino para la verdad y la justicia en Guatemala, recordaré en voz alta, quizá con palabras muy duras en escritos como este, pero también con un profundo amor a mi hermano y a mi tierra de sangre y de silencio.

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