sábado, 17 de diciembre de 2011

Mi corazón se quedó llorando bajo un árbol

Hace casi dos años, en un viaje alucinante a "la patria" en el que pasé de La Verbena -en el inicio de las exhumaciones realizadas por la FAFG- a las llanuras peteneras, estuve con los y las sobrevivientes de la masacre de Dos Erres. Fugazmente me asomé al pozo de dolor que llevan en sus almas y admiré más a Aura Elena Farfán por su lucha incansable y a quienes le han acompañado en la búsqueda de justicia. Este retazo de mi vida regresó con la noticia del acto de perdón realizado por el Estado en cumplimiento de la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que, como en el caso de mi hermano Marco Antonio, ordenó medidas de reparación que incluyen la investigación, el juicio y el castigo a los responsables. En Dos Erres se han dado pasos de gigante, gracias al esfuerzo de Aura Elena y el abogado, que impulsaron la demanda pacientemente, y un Ministerio Público que está al mando de una mujer valerosa e íntegra. 

Lo que escuché esa vez se quedó anudado en mi garganta y sigue dando vueltas en mi sangre. Aquí comparto esa vivencia triste, como tantas otras de las que está plagada nuestra existencia como sociedad, junto con el reclamo incandescente de justicia y verdad para todas las víctimas del genocidio político y étnico que asoló Guatemala. Con estas palabras, traté de exorcizar a los demonios que tomaron mi espíritu después de escuchar algo que ya había leído sobre esta matanza terrible, despiadada, que en las voces de las víctimas humildes y sencillas se convierte en lamento. Estos hechos son parte de la verdad histórica que con tanto odio se empeñan en negar los asesinos, los autores intelectuales y sus encubridores y cómplices de siempre. 

Mi corazón se quedó llorando bajo un árbol...

... en El Petén, con las mujeres y los hombres de Dos Erres: las madres, padres, hermanos, hermanas, viudas, hijos, hijas, abuelas, abuelos, todos los familiares de quienes fueron echados quizá aún vivos al pozo donde fueron rematados con granadas. Todos se reunieron un sábado para informarse y decidir sobre la disposición de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de exhumar e identificar los restos de la víctimas, entre otras medidas de reparación dictadas en su reciente sentencia. Y allí estuve, uniendo dolor y fortaleza con gente de la más humilde de nuestro país, admirable por la persistencia, el valor y la dignidad que han demostrado al llevar adelante el proceso judicial interno, hasta ahora infructuoso, y otro -más efectivo- en el ámbito interamericano. En este, han sido acompañados por más gente, admirable y valerosa también: abogados, abogadas y defensores de derechos humanos, como Aura Elena Farfán, que ha caminado con Dos Erres llevando a su hermano al lado.

Escuché al hijo del hombre que era dueño del pozo decir "yo quiero saber si allí está mi papá", con una determinación y un coraje que no minan los casi 28 años transcurridos desde la masacre. También a una mujer angustiada que contó que los suyos, sus muertos, no estaban en ese lugar, sino en un potrero donde fueron abandonados por los criminales en un promontorio de cadáveres que nadie se atrevió a tocar. En el llano petenero, los cuerpos dejaron de ser cuerpos y se volvieron huesos que devoró el infierno de las rozas, una y otra vez hasta que se confundieron con la tierra donde no crece nada, solo hay polvo y cenizas, tierra mezclada con lo que fueron los 6240 huesos de treinta personas que eran alguien para la gente que llegó esa tarde a Las Cruces.

85 años me contemplaron desde el rostro curtido de una mujer que, con la voz muy firme, me dijo que en Dos Erres perdió a su hija, siete nietos y nietas y dos yernos. A seis más los habían matado antes, uno a uno, entre los sesenta y los ochenta. "Dieciséis de mi sangre ya no existen". Ella tiene un Dios enorme que alcanza a bendecirme desde su mano alzada, a mí, que alguna vez creí que era la que más había sufrido en este mundo. 

También pude escuchar a otra mujer, abuela de otros muertos, madre huérfana de hijos asesinados, que perdió a 16 en la matanza. Y a una hija que tenía año y medio cuando murió su madre de tres infartos al enterarse que habían asesinado a su padre y su hermano, un niño de once años. "A mí me crió mi abuela", me dijo cuando estaba en la fila para dar su adn.

Salí de la reunión y me fui a un cementerio muy alegre, el de Las Cruces, lleno de tumbas de todos los colores, decoradas con guirnaldas de plástico aún más coloridas. En una porción del camposanto, cercada por un muro, acompañados por un pozo que recrea el del parcelamiento, aquel que se tragó a los muertos, se guardan los restos de la gente que fue exhumada en 1995. También allí hay guirnaldas de colores, flores plásticas y en la base de una cruz muy alta, de cemento, una placa de mármol que contiene la letanía de los nombres. En este cementerio y en los llanos peteneros, por donde pasó el fuego de la muerte, las víctimas de las Dos Erres y sus sobrevivientes, aguardan la justicia. 

1 comentario:

  1. este año -7 de diciembre- fuimos con los familiares hasta el Pozo donde fueron echadas las personas asesinadas en las Erres. El análisis de los "restos" será entregado probablemente en agosto (según dijo la FAFG) para que se proceda a enterrarlos y remozar el monumento de la Cruz que está en el Cementerio las Cruces. Parece que no hubiera pasado ni un momento, el dolor está presente siempre.

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