sábado, 6 de abril de 2013

Tengo un dolor enorme, que no me cabe en el corazón ni en las palabras


En 1982 teníamos miedo porque había muchos muertos en la aldea. (…)
No teníamos nada,
habían quemado nuestras cosas y no teníamos comida. (…)  
Nos estaban disparando y cabal me dieron en la cabeza.
El soldado se llevó a mi esposo,
me quedé con mi hijo como de seis meses.
Me agarró y me acuchilló y tengo las cicatrices todavía. (…)
Una noche me violo, yo ya no podía moverme, ni caminar.
Me tiraron como si fuera una pelota y eso me da pena,
me hicieron sufrir.
El tapó la boca de mi hijo y se lo echó encima a mi hijo,
le salió sangre por la nariz, por la boca, por las por los ojos.
Murió mi hijo. (…)
Me violo y después me acuchilló, todavía tengo cicatrices.
No vengo a mentir.
No tengo un delito, no he hecho nada.
Tal vez va a haber un cambio en mi vida por venir a hablar aquí,
porque aquí me estoy desahogando.
Vengo a dar mi declaración para que no vuelva a pasar otra vez,
porque por nosotras las mujeres da pena.
Muchos soldados me violaron.
Casi quedé inválida.[i]

Testiga diez


Mi cabeza es un torbellino. El aire no me alcanza. En estos días, desbordada de angustia, con mi propio dolor a flor de piel por la desaparición forzada de mi hermano Marco Antonio y las abominables vejaciones sufridas por mi hermana a manos del ejército guatemalteco en 1981, he seguido los testimonios de los valerosos hombres y mujeres ixiles que han declarado en el juicio por genocidio que se desarrolla contra los generales Efraín Ríos Montt, ex jefe de Estado de facto en 1982-83, y su ex jefe de inteligencia, Mauricio Rodríguez Sánchez.

Yo sé de lo que fueron capaces. Mataron a población civil desarmada e indefensa, a personas que no cayeron en combate. No les importó que fueran niños, niñas o personas ancianas. No tuvieron límite alguno para ejecutar las órdenes de muerte. Pero ahora es distinto. Ahora sé porque ellas y ellos guardaron el dolor y la memoria para siempre, juntaron sus pasos en el tiempo hasta llegar al tribunal en donde nos contaron del horror escarbando en sus pechos y volviendo a sentirlo como si lo atroz estuviera pasando en este instante.

Por eso, gracias a la persistencia de los hombres y mujeres ixiles, gracias a su valentía y coraje, gracias a su dignidad, ahora sé con, mis oídos y mis ojos, con mi corazón y mi razón, qué pasó con la niña de don Francisco Velasco a quien le escuché decir "a mi hija, le abrieron el pecho, le sacaron el corazón... ¿Qué culpa tenía mi niña?”[ii] Sé con mis lágrimas que le cortaron la cabeza a una anciana de 68 años, una señora que tenía el pelo muy largo, y la pusieron en la cocina de un destacamento militar, como declaró el ex mecánico del ejército Hugo Ramiro Leonardo Reyes; él estaba con el rostro cubierto porque sabe de lo que son capaces[iii]. Sé con rabia y con indignación lo que dijo una de las diez valientes mujeres que declaró el 2 de abril: “Ellos querían que fuera su mujer pero yo no me dejaba, pero ellos me cortaron la cabeza y así fue cuando me dejé…. Yo tenía seis meses de embarazo y a los quince días nació mi bebe muerto…”[iv] Ahora también sé y me duele profundamente que, cuando huían, a la niña de cuatro años de doña Cecilia Ramírez Raymundo la mató una rama que se cayó de un árbol por el peso de la lluvia y que todavía llora por la muerte de su hijito de dos años y su madre.

Sabía y no sabía. No es lo mismo enterarme de estas infamias en un libro que puedo esconder por un momento cuando de pronto se convierte en un doliente corazón empapado de sangre o me quema las manos como una brasa ardiente, que oírlo de las propias víctimas en su idioma ancestral, gente de carne y hueso que sobrevivió a las atrocidades. Ahora sé y también siento en el alma su tristeza y su miedo, el peso de su tragedia inmensa, su profunda angustia pero también su resistencia heroica, su necesidad de justicia nacida de los más grandes oprobios y su indoblegable convicción de obtenerla.

Respirando el mismo aire que respiran las víctimas –que reescriben la historia con grandes letras de valor y dignidad- están los generales y sus abogados. ¿Cómo harán para no derrumbarse, para no morirse de una vez por todas, agobiados por los remordimientos? ¿Estarán hechos de las mismas sustancias que yo, que sus víctimas? ¿Cómo pueden permanecer imperturbables oyendo lo que oímos, sin llorar, sin sentir repulsión contra sí mismos, sin salir corriendo o caer de rodillas y pedirles perdón por lo que hicieron?

Podría pensar que los dos acusados son indignos, que están locos, que son monstruos, que pertenecen a otra especie o que seguramente están drogados y por eso se les ve tan serenos ante tantos horrores. Pero no. Por más que lo dude, estos especímenes son humanos como todos/as los/as que están en esa sala, al igual que yo, que los oficiales que estuvieron en el terreno y sus soldados, aunque actuaran como insensibles máquinas de odiar y de matar, incapaces de percibir –y menos de sentir- el dolor que infligieron despiadadamente. En un intento de entender qué sucede, me imagino que continúan viendo al pueblo ixil y a todos/as aquellos/as que identificaron como “el enemigo”, sus víctimas, como cosas insensibles, objetos distintos de lo humano con los que podían hacer impunemente lo que hicieron, lo que ahora relatan los testigos/as.

Ciertamente, los acusados no perpetraron estos crímenes directamente, con sus manos, pero sí lo hicieron con sus órdenes, con los planes y financiamientos que aprobaron, con la enorme cuota de poder que detentaron, con su indiferencia absoluta ante la humanidad de las víctimas, con su visión de mundo en la que se amalgamaron el racismo[v] y el anticomunismo, un mundo en el que los pueblos indígenas no tienen cabida. Lo hicieron con conceptos como “cada mata de milpa es un guerrillero” y con las consignas que les hacían repetir a sus soldados en sus ejercicios matinales: “indio visto, indio muerto” o “mujer capturada, mujer violada”.

Ríos Montt y Rodríguez Sánchez y todos los militares que junto con ellos ejercieron el poder en 1982-83 en el Palacio Nacional, en los grandes cuarteles y en los reducidos destacamentos militares, son responsables no solamente de genocidio[vi], también de etnocidio, al obligar a las personas sobrevivientes a hablar en español, al quitarles sus trajes, al cortarles la lengua cuando hablaban ixil, al aniquilar a las personas ancianas que son las que conservan y transmiten la cultura, al pretender borrarlos “hasta la semilla” sacando los fetos de los vientres de sus madres, echando niños/as vivos/as a las fosas comunes, disparándoles a “guerrilleros” de tres meses de edad. Con ellos también son responsables la oligarquía parásita, que se ha lucrado históricamente con el despojo y la expoliación del trabajo de las mayorías indígenas, y los Estados Unidos, que apoyaron política y financieramente los planes contrainsurgentes ríosmonttistas[vii].

Lo que cuentan los testigos/as ixiles no pasó una vez. Fueron centenares las masacres documentadas por el Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica y la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Los ejecutores fueron los oficiales y, mayoritariamente, los soldados, casi todos indígenas, pero en una estructura rígida y vertical, como es el ejército, ellos obedecen órdenes. Me resulta inevitable preguntar ¿cómo los convirtieron en asesinos? ¿Qué pensamientos pusieron en sus cabezas y que sentimientos implantaron en sus corazones? ¿De qué forma estos jóvenes labriegos fueron transformados en seres capaces de arrebatar las vidas de hombres, mujeres, niños y niñas de las maneras más crueles? ¿Qué les hicieron, qué les dieron, qué les ordenaron, para que fueran capaces de cortar cabezas, rajar vientres de mujeres embarazadas, violar salvajemente a mujeres, niñas y niños incluyendo bebés, sepultar gente viva, mutilarla? Son demasiadas las preguntas. Muchas de las respuestas podrían estar en la cabeza de los hoy acusados, otras en los manuales de entrenamiento para torturar y matar, unas más en la práctica de asesinar a alguien cercano y querido con la que los endurecieron hasta el límite. El volumen II del informe “Guatemala : Nunca Más”, del REMHI, titulado “Los mecanismos del horror”, analiza estos procesos.

Ni viviendo mil vidas podría diluirse este dolor que corre espeso por las venas de los hombres y mujeres ixiles, dolor humeante como la sangre que anegó el suelo de Nebaj, Chajul y Cotzal. Ellos y ellas, los más humildes entre los humildes de mi tierra, encarnan la dignidad de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos en Guatemala y nuestra lucha por la justicia. Soy humana y no tengo suficiente corazón para que quepa todo su sufrimiento, pero hoy quiero decirles que lo siento tanto, que me duele hasta lo más profundo todo lo que les obligaron a vivir, que me agravia su despojo, que soy una más que está a la par de ustedes exigiendo justicia y respeto a nuestra dignidad y a la memoria de los hechos, una más que permanece fiel al amor a nuestros seres queridos.

Mientras tanto, trato de vaciarme de la aflicción con estas letras, pero no es suficiente. El único remedio es la justicia.

El juicio, que durará varias semanas más, puede verse en vivo aquí: http://www.paraqueseconozca.blogspot.com/



[i] Recopilado por Periquita Pérez en la sala de audiencias de la Corte Suprema de Justicia de Guatemala el martes 2 de abril.
[ii] Testigos narran asesinato de niños en juicio por genocidio a Ríos Montt http://www.elperiodico.com.gt/es/20130403/pais/226602/
[iv] Mujeres ixiles narran atrocidades cometidas por el Ejército, en http://www.elperiodico.com.gt/es/20130403/pais/226580
[v] Sobre el racismo en Guatemala, ver Casaús Arzú, Marta Elena. Guatemala: Linaje y racismo. Guatemala: F&G Editores, noviembre de 2010, 4ta. edición, revisada y ampliada
[vi] Entre otros aportes de Ricardo Falla, ver “Negreaba de zopilotes”, en http://www.plazapublica.com.gt/sites/default/files/negreaba_de_zopilotes.pdf y ¿Cómo que no hubo genocidio?, en http://www.plazapublica.com.gt/content/como-que-no-hubo-genocidio
[vii] Al respecto, hay un amplísimo análisis en Figueroa Ibarra, Carlos. El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala. Guatemala: Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, BUAP / F&G Editores, julio de 2011. Segunda edición, corregida y aumentada

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