sábado, 25 de enero de 2014

Retos enormes y pequeñas victorias cotidianas

Levantarme aunque me pese el alma, sonreír en lugar de llorar, salir pese a que quisiera esconderme, respirar sintiendo que estoy viva, vencer la impotencia que me insufla este mundo de injusticia.

(¿Qué tiempos son estos en los que un padre encuentra a su hijo en un barril sellado, cubierto con cemento en el fondo de un río y, aún así, desde su inmenso corazón adolorido, nos deja un legado de palabras hermosas, musicales?)

Aprender cada día a vivir con el sufrimiento por mi hermano desaparecido, lejos de lo que soy. Empaparme de lágrimas si logro aflojar el nudo que se hace en mi garganta. Aferrarme al amor hacia mi tierra –mi madre primigenia, la que guarda sus huesos-, mi madre, mi familia, yo misma.

Hacer del dolor la fuerza necesaria para sobrevivir sin brújulas ni respuestas. ¿Dónde está Marco Antonio? ¿Dónde está la verdad? ¿Dónde están los desaparecidos y desaparecidas? ¿Quiénes se los llevaron? ¿De qué materia están hechos los hombres y mujeres que buscan interminablemente a sus hijos e hijas, que esperan a sus hermanos y hermanas, a sus nietos y nietas, a sus amores arrebatados por la vileza y la crueldad, que pareciera que están perdidos para siempre? ¿De qué está hecha mi madre, que ruega, espera y busca? ¿De qué debo estar hecha yo para seguir buscando y esperando?

Estar en el ahora contra el pasado que me arrastra. Derrotar a la muerte, la destrucción, la culpa y el odio que sembraron.

(Como fina llovizna o huracán traicionero, llegó, llega la muerte, sopla y se lo lleva todo.)

Entender que mi tiempo no es igual al tiempo de la historia, que esta transcurre lentamente y no se mide con los calendarios de la desesperación. Continuar aguardando con paciencia. No darme por vencida. Caminar llevando el peso de la impunidad y de la ausencia.

(Bajo mis pies, el suelo se deshace. El sendero es una masa informe, movediza, inexistente, se abre con cada paso.)

Y, sin embargo, levantar la alegría como una flor hermosa, abrazarme a la vida. Llenarme de palabras como sol, luz, bosque, catarata, música, plenilunio, cielo interminable, reverdecer, rocío, mañana, fruta, lluvia, semilla, brote, montaña, pueblo, profundo mar, amigo/as, compañera/os …

Confiar en las personas, creer en el futuro. Crear y re-crearme. Sostener la esperanza. Reconocer mi fuerza, la de un ser humano con derechos y con dignidad, como cualquiera, para mantenerme de pie, desafiante, hablando, denunciando, escribiendo y contando lo vivido para que no se olvide, demandando justicia.


(Yo sé que no estoy sola, somos millones. Solidarios/as, vamos tomados de las manos, nos abrazamos. Sabemos que la victoria es nuestra; aunque yo no la vea, talvez la verán otros ojos que pronto se abrirán.)

lunes, 13 de enero de 2014

Anularon el juicio pero no la culpa



Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro.
Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor.
En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz.
Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.
Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, 
que es robarles a los hombres su decoro.
En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.
José Martí


Con una mueca, congelada sonrisa, perpleja me enteré de la anulación del juicio por el genocidio contra el pueblo ixil. ¿Me sorprendió? Pues sí, creí que no necesitaban hacer más de lo que ya hicieron para detener el proceso si al cabo Ríos Montt ya no tarda en morirse. Me desmoroné cinco segundos.

Aparentemente, ganaron. ¡Bravo por los maestros del cinismo, las güizachadas y la desvergüenza! Traspasada por la noticia, por un instante no supe qué hacer ni dónde meterme para escabullir el golpe.

Entonces, llegaron a mi cabeza los colores, los gritos, los ayes, los suspiros, las lágrimas no lloradas. Rojo huipil, verde bosque, amarillo flor, naranja mariposa, celeste cielo; montaña adolorida, enrojecidos caminos de barro, quebradas teñidas con la sangre de los niños y niñas que estrellaron contra las piedras; las luces, el incienso y los ramos portados por las manos callosas de las mujeres ixiles, las violadas; los pies descalzos, endurecidos en los surcos de los maizales, de los hombres que huyeron por los montes, las hondonadas, las cuevas, los ríos, los barrancos; su dignidad que recorrió un camino muy largo que no se mide en kilómetros sino en años, fueron treinta, para llegar hasta donde llegaron: a un tribunal para enjuiciar al genocida.


Recordé las lecciones de ética y de historia recibidas en las voces de las y los testigos y las personas que presentaron sus peritajes junto con el espíritu de la justicia plasmado en la sentencia leída por la jueza Barrios. Reviví la esperanza que me quieren matar, esa que ha empezado a echar raíces en el suelo duro y reseco de la impunidad, y me sequé las lágrimas.

Hoy, su victoria es jurídica, si me permiten el calificativo para una resolución que salió de las cloacas del sistema de impunidad, un albañal, pero su derrota es moral aunque no les importe y su mezquindad y pequeñez no les deje enterarse. Con ella, se sitúan por encima de la justicia y de las leyes humanas y divinas –“no matarás”- y me pregunto si es por su enorme cobardía o soberbia, quizá ambas, que se niegan a dar la cara y asumir las consecuencias.

Esta resolución, que se agrega al rosario de maniobras a favor de los impunes criminales, anula el juicio pero no la culpa; es obvio, pero hay que repetirlo: los hechos no desaparecen, tampoco las pruebas presentadas y menos los testimonios de las víctimas, tampoco la sentencia, un texto que ya forma parte del acervo de la humanidad en la lucha contra el oscurantismo. Después de lo acontecido en 2013, es más, después de los informes del REMHI y la CEH, Ríos Montt no podrá escapar al juicio de la historia y tampoco sus cómplices, con uniforme o sin él, los que le antecedieron y los que le precedieron. El mundo entero los conoce como los perpetradores del genocidio y los crímenes más horrendos del hemisferio occidental. Lo sucedido tampoco se borrará de la memoria de muchos guatemaltecos y guatemaltecas justos y decentes que asistieron al juicio y acompañaron a las y los sobrevivientes.


Antes de que la historia los alcance, que celebren este nuevo triunfo para los genocidas que siguen escondiendo las manos después de que dispararon balas de grueso calibre, tiraron bombas, napalm y gases lacrimógenos, y ordenaron –lo que los implica como si lo hubieran hecho- degollar a niños y niñas indefensos, violar a las mujeres como un arma de guerra, torturar y asesinar a los hombres. La anulación de un juicio justo es un logro ignominioso para los que aniquilaron las vidas de doscientas mil personas y destruyeron un país que ni siquiera conciben más allá de un negocio, Guatemala S.A.

Los investigables y enjuiciables de uniforme y de saco, ¿acaso pensaron en las consecuencias de sus actos cuando organizaron, fueron parte o financiaron los escuadrones de la muerte, instalaron campos de concentración y prestaron o pilotaron sus aviones privados para ir a bombardear poblados indefensos, repletos de “enemigos” desarmados de cero a quince años?

El temor de los poderosos a la justicia es tan grande como su responsabilidad en los hechos. ¡Cuánto miedo le tienen a que se evidencie su mala entraña, su odio, su racismo, sus crímenes, y que con ello se resquebraje su imagen de gente “bien” enfundada en armanis y se deslustren sus rancios apellidos! Por eso hay que reírse de su miedo y les digo ¡no gracias! por este nuevo clavo en el ataúd en el que ya quisieran enterrar la justicia, al igual que a sus víctimas, o, como a mi hermano, desaparecerla para siempre.

No es poca cosa lo que hicieron y la costra no se la quitan de encima ni bañándose con agua bendita. Pero en Guatemala para los grandes males pareciera no haber grandes remedios por ahora, porque los aparentes ganadores han estado y siguen estando en contra de la verdad y de la ley; porque tendrían que borrar no sé cuántos artículos del código penal y aislarse de la comunidad internacional revocando los tratados de derechos humanos para librarse de la acción de la justicia; porque lo que hicieron aquí y en la luna, aunque se nieguen a reconocerlo, fue cometer delitos muy graves que seguirán ofendiendo la conciencia de la humanidad.

No obstante su prepotencia y amenazas, los petates del muerto que sacuden (tienen doscientos mil) y el miedo y la desmemoria que quieren infundirnos, fueron muchas las personas que conocieron la verdad histórica pronunciada por los labios de las mujeres y hombres ixiles en esos días imborrables de 2013; hoy se suman a quienes mantenemos la memoria de nuestros seres queridos asesinados o desaparecidos. 

Por ellos y por ellas, por dignidad, por amor y lealtad a la sangre, nuestro dedo acusador señalará los crímenes y a los criminales. Que se vayan acostumbrando y, por si acaso, aclaro que la mía, al igual que la de tantas otras y otros, es una decisión política tomada en pleno uso de mis facultades. No estoy loca y no quiero vengarme, lo que exijo es justicia; tampoco se trata de victimización, incapacidad de “ver hacia adelante” ni del masoquismo barato que emplean sus cómplices y simpatizantes para manipular a la población y a sus serviles formadores de “opinión pública”. 

No voy a lamentarme. Está demostrado que lograr la justicia para las víctimas de los crímenes de lesa humanidad en Guatemala, no es tarea de años sino de décadas. Nadie me prometió que iba a ser fácil conseguirla ni espero que sea así porque, repito, su culpa es tan grande como su miedo a enfrentarla. Su falta absoluta de dignidad, decoro, decencia y escrúpulos, les llevará a erigir todos los obstáculos inventados o por inventar para impedir que accedamos a ella.


Hay que seguir caminando. Para eso, le pido al universo que a mí acuda la rabia ante este nuevo acto de injusticia, que me sature la indignación por este insulto y, a la par, que me llene de la fuerza del tenaz e indoblegable pueblo ixil y la de todos los hombres y mujeres que, en las condiciones más adversas, continúan luchando y levantándose después de cada golpe recibido, árboles majestuosos que encarnan el decoro, la dignidad, la memoria y el anhelo de la justicia para hacer del nuestro no un país mejor, sino otro país.

jueves, 9 de enero de 2014

2013, un año más de resistencia




Ya se fue el 2013 y, como me sucede al final de cada año, me invade la nostalgia por dejar atrás una irrepetible porción de mi existencia. También es una ocasión propicia para repasar el año transcurrido y rescatar algunos momentos importantes para hacer un balance muy personal de la justicia y los derechos humanos en Guatemala. 

El año empezó duramente con el acuerdo gubernativo aprobado a finales de 2012 para limitar la jurisdicción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a casos posteriores a 1987, pero muy pronto fue derogado gracias a las presiones de la sociedad civil. Las familias y personas que tenemos sentencias o soluciones amistosas del sistema interamericano no nos quedamos calladas. En febrero, junto con las organizaciones que conforman el movimiento de derechos humanos, nos pronunciamos públicamente exigiendo la renuncia o la destitución de Antonio Arenales Forno, el promotor de dicho acuerdo, quien le ha dado su voz, pluma y rostro a esa y otras medidas regresivas con las que, de un zarpazo, pretenden negar la historia de la ignominia junto con nuestros derechos.

En enero se fortaleció mi convicción de que es posible hacer justicia en Guatemala cuando el juez Miguel Ángel Gálvez mandó a juicio a Ríos Montt por el genocidio del pueblo ixil. En marzo, abril y mayo, a lo largo de jornadas fulgurantes, los valerosos y dignos hombres y mujeres ixiles revivieron dolores abismales al narrar las verdades espantosas que cargaron durante más de tres décadas, estremeciendo al mundo entero con su tragedia. El 10 de mayo el ex jefe de Estado fue condenado a ochenta años de prisión, un hecho que puso a nuestro país en las noticias y en la Historia.

Pero el 20 de mayo la Corte de Constitucionalidad anuló el fallo cuando tres de sus integrantes gustosamente se arrodillaron ante el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF). Con su fallo ilegal, le propinaron un duro golpe a la incipiente institucionalidad democrática de la justicia; también por si hacía falta, nos recordaron con voz enardecida y prepotente que ellos son los que mandan en el país y cuáles son los límites que no pueden atravesarse. Cínica y desvergonzadamente se evidenciaron la falta de independencia del sistema de administración de justicia, su sujeción a los poderes fácticos, la podredumbre que prevalece en sus prácticas y las debilidades e inconsistencias de las que adolece el proceso democratizador del Estado y la sociedad guatemaltecos. Con su decisión, los tres jueces de la impunidad echaron por tierra los esfuerzos de un vasto grupo de actores. Entre ellos, las víctimas y los jueces y juezas que, aunque con ello pongan en riesgo sus vidas, se comportan con apego a la ley y a los principios éticos que deben guiar la vida de quienes se dedican al Derecho, sobre todo en un país como el nuestro, de tantas injusticias.

Este proceso, en el que se revelaron detalles de la implicación de los sectores económicos poderosos y la participación de figuras políticas como el actual Presidente de la República, hizo salir de sus madrigueras a los más rabiosos enemigos de la democracia y la justicia. En una típica operación de guerra psicológica, disfrazados de víctimas y héroes, vomitaron racismo y misoginia y recurrieron a demandas judiciales espurias. Con toda la plata del mundo, difundieron sus calumnias y amenazas mediante los “pasquines” insertados en un periódico de circulación nacional y otros medios.

El resultado fue la instalación de un clima de polarización, inseguridad y temor, al peor estilo de los años setenta y ochenta. Pero no se quedaron sin respuesta. Además del repudio de diversos sectores, se enfrentan a una demanda penal promovida por Irma Leticia Velásquez; además, sus actuaciones dieron lugar a una condena moral del Procurador de Derechos Humanos, emitida gracias a la denuncia presentada por numerosas personas y entidades.

A la par, con maniobras leguleyelescas y argumentos trasnochados de la peor especie, los impulsores de la negación del genocidio, la desaparición forzada y la tortura continuaron buscando la forma de ampliar la amnistía a estos delitos. De hacerlo, además de violar los derechos de las víctimas a la justicia y a las reparaciones, el Estado guatemalteco incurriría en responsabilidad internacional al incumplir las obligaciones contraídas con la ratificación de los tratados interamericanos y universales de derechos humanos, aunque este es un asunto que pareciera importarles muy poco.

Entre el negacionismo y la polarización, en 2013 se siguió con la exhumación de los restos de numerosas víctimas sepultadas en los terrenos de un cuartel militar en Cobán. A la fecha, han sido desenterradas más de medio millar de osamentas, muchas de ellas pertenecientes a niños y niñas. Con ellas, la verdad sigue brotando de la tierra y se ponen en evidencia las mentiras de los promotores de la impunidad, buenos émulos de Goebbels, el propagandista de Hitler.

Por otra parte, a lo largo de 2013 se agudizó la criminalización de la protesta. El gobierno homologó con pandilleros a los defensores y defensoras de los derechos humanos y persiguió a quienes se oponen al depredador modelo extractivista. Con el apoyo de las autoridades que persiguen y privan de su libertad a las y los dirigentes, las protestas son reprimidas violentamente por militares y policías, lo que ha cobrado las vidas de numerosas personas, niños incluidos. A estos se ha sumado un nuevo actor: los guardias privados de las empresas que cumplen funciones de sicarios. Si algo prueba esta situación es que en Guatemala la vida no vale nada frente a los grandes intereses económicos a cuya defensa y protección se suman los actuales detentadores del poder, mantenedores de un régimen represivo y destructor.

Aunado a lo anterior, se observó como el litigio malicioso y las güizachadas se emplean en la denegación del acceso a la justicia en el caso de la masacre de Totonicapán perpetrada el 4 de octubre de 2012 por un contingente de militares.

Pero no hay oscuridad sin luz. A la cabeza de muchos de los avances observados se encuentra Claudia Paz y Paz, una abogada reconocida mundialmente por su desempeño al frente del Ministerio Público. Más allá de sus logros relevantes, como los juicios contra los genocidas y desaparecedores, la Fiscal y su equipo han impulsado la depuración del personal del Ministerio Público, la implantación de procedimientos científicos y la aplicación de técnicas y metodologías de avanzada en la investigación criminal, con lo que se ha logrado el retroceso de la impunidad en los crímenes del pasado y el presente. También se destacaron la jueza Barrios al frente del tribunal que sentenció al genocida Ríos Montt, entre otros casos que le ha tocado examinar, y otros jueces decentes, como Miguel Ángel Gálvez, el magistrado César Barrientos y los miembros de la CC que no se plegaron a los mandatos del CACIF. 

El saldo no es favorable visto desde los principios democráticos y el ideal de la justicia. Es duro constatar que en 2013 Guatemala siguió siendo un país estrecho, diminuto, de bordes afilados, dominado por una oligarquía cavernaria, la más retrógrada de todo el continente, en el que el tiempo avanza en el calendario pero retrocede en la historia. Los sectores oligárquicos junto con sus aliados siguen imponiendo decisiones injustas y apuntalan la impunidad de los más grandes criminales de este lado del mundo; mantienen un sistema de exclusión, opresión y expoliación en el que se niegan los derechos más elementales a las mayorías empobrecidas y despojadas, discriminan a los pueblos indígenas y les regatean con violencia sus derechos a la consulta, a la tierra y al territorio, a la naturaleza y a ser plenamente lo que son, invisibilizando su existencia. Niegan la historia y quieren que olvidemos, que pasemos las páginas sangrientas de un pasado tan reciente y tan vivo. Nos cierran los caminos a la justicia y favorecen un estado de cosas que propicia más violencia, más muertes, más silencio, más iniquidad mientras sus bolsillos se llenan a reventar con el dinero derivado de negocios lícitos e ilícitos. 

Sin embargo, por siempre guardaré una imagen luminosa y un ejemplo admirable: una sala de juicios repleta; al frente, el tribunal encabezado por la jueza Barrios; a la izquierda, los acusados, a la derecha, la dignidad que acusa. A lo largo de varias semanas, los militares poderosos, los que se arrogaron con violencia brutal la potestad de decidir sobre la vida y la muerte de decenas de miles de personas, debieron escuchar a las mujeres y hombres ixiles contar cómo masacraron a sus familias, violaron a las mujeres sin importar su edad y mataron a sus niños y niñas, aún a los no nacidos. Para cometer esos horrendos crímenes fueron despojados de su humanidad y sus derechos, les rebajaron a la condición de objetos y les asimilaron a la de enemigos, en una lógica mortal e implacable que no entendió de leyes humanas ni divinas. 

En 2013 fui tocada por hechos que me movieron y me conmovieron. A ratos fui muy feliz o inmensamente triste. Cumplí uno a uno mis propósitos. Cuando pienso en lo vivido, a mi cabeza acude un solo pensamiento: ¡no nos dejamos! Por eso, al margen de los desalentadores titulares, me quedo con la letra menuda con la que los mal llamados terroristas y pandilleros, los defensores y defensoras de los derechos humanos, de la naturaleza, de la tierra y el territorio, de la vida, escriben día a día la historia con su indoblegable voluntad de resistencia contra las injusticias y el despojo. En 2014 espero renovar esperanzas y energías para continuar con paciencia y terquedad invocando a la solidaridad y a la memoria. No me arrodillaré. Ahora más que nunca, cuando siento que las fuerzas me faltan y el cielo pareciera caerse sobre mi cabeza, reafirmo que soy parte de un vasto contingente de hombres y mujeres que, desde los albores de la humanidad, siente, piensa, resiste, propone y lucha por construir un mundo mejor donde quepamos todos/as, sin opresión ni discriminación. 

Recordaré por siempre a Marco Antonio y a todas las víctimas del terrorismo de Estado, seres humanos como cualquiera de nosotros que no merecieron jamás sufrir lo que sufrieron, y exigiré justicia. En total rebeldía, seguiré repitiendo sin cansarme que sí hubo genocidio, desaparición forzada y tortura, que sí son delitos perseguibles por la justicia guatemalteca e interamericana y que los perpetradores merecen ser castigados, no amnistiados.

Con un pie en nuestra realidad tan dura y tan compleja y el otro en el dulce territorio de los sueños, sé que llegará el día en que abriremos “las grandes alamedas” por donde transitarán los explotados/as y vilipendiadas/os que con dignidad “han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia".