martes, 23 de septiembre de 2014

La matria que me duele

A la memoria de mi papá que añoró regresar y está enterrado en suelo ajeno.


Guatemala es una galaxia, una constelación de agujeros negros y estrellas luminosas, erráticos cometas, polvo cósmico. En su pequeño territorio múltiples y complejas realidades se entrecruzan, se mezclan, se separan, se oponen, se enfrentan, se superponen, pero también se ignoran mutuamente. Detrás de la preciosa imagen de postal se ocultan vidas miserables, la insultante opulencia, conflictos sin final, innumerables rostros hambrientos, insatisfechos, invisibilizados.

Hay tantas ideas de patria como patriotismos y construcciones ideológicas acerca del país de la eterna primavera, la eterna tiranía, la eterna balacera.

En Guate – mata aún se muere de hambre y la mitad de los niños y niñas padecen desnutrición crónica; el 51% de la población vive en condiciones de pobreza, sin acceso a salud, educación ni vivienda digna. Por si fuera poco, en el país de los abismos y contrastes, mientras el ingreso per cápita es la mitad del promedio latinoamericano, allí se forjó aceleradamente la fortuna de un multimillonario que sustituyó al mexicano Carlos Slim en el primer puesto que ostentaba en la lista de los hombres más ricos de la región.

En Guate – bala la violencia y la criminalidad de todos los calibres siguen cobrando víctimas. En este difuso espacio –en el que se borran las fronteras entre el dinero sucio y el no menos sucio, asociado con el despojo de la tierra, la sobrexplotación laboral y la evasión de impuestos- se mata a las mujeres, se trafica con todo lo que se mueve, incluyendo personas de todas las edades, y el ministro de gobernación es asesorado por criminales convictos. Allí la justicia sufre de impunidad, la seguridad es para el capital depredador de la vida y la naturaleza, prevalece la cultura de la muerte con su menosprecio por la vida, la naturalización de la violencia y la inducción de culpa sobre las víctimas, las de ayer y las de ahora.

Apesta la Guate - mala ensuciada por la politiquería barata donde lastimosamente, sin importar el puesto, quien no engaña y roba es porque está muerto/a, los diputados camaleónicos se venden por docena y a los delincuentes se les sigue diciendo “señor presidente”, “señor ministro”, “señor diputado”.

Cuando busco palabras para describir esas realidades agobiantes, a mi mente acuden vocablos como cinismo, oportunismo, falta de escrúpulos, desvergüenza y tantas más que se quedan cortas para expresar la magnitud del pozo sin fondo en el que mantienen al país.

Con estas, y otras más, contrasta Guate – maya, un país del que todos/as se enorgullecen siempre y cuando los pueblos indígenas no se muevan de la foto para dejar de ser un objeto folklórico y demandar el respeto a su dignidad y a su vida y la realización de sus derechos como personas y como colectividades.

También están la Guate –rica en cultura, gente y recursos de todo tipo- y la Guate – bella, una tierra mágica dotada con una naturaleza deslumbrante a la que, sin embargo, cuando la mirada la traspasa se revela la aguda conflictividad desatada por la voracidad del gran capital; para este no hay belleza sin una máquina registradora al lado, tintineando al ritmo de los dólares.

La entrañable Guate - buena está hecha de personas amables, sencillas, honradas, inteligentes, esforzadas, creativas y trabajadoras. De sus manos brotan el pan, las tortillas, los frutos de la tierra y las más hermosas creaciones del intelecto y el espíritu.

Con su “patriotismo” emponzoñado y depredador, militares y oligarcas pretenden imponernos violentamente una visión de un país en el que todo –tierra y naturaleza- es una mercancía y la gente un estorbo innecesario para sus negocios, un obstáculo para el “desarrollo”. Ante la oposición que esto genera, como ha sucedido históricamente, son cercenados y violados los derechos y libertades y se reduce el ya de por sí precario espacio de ejercicio de la ciudadanía. Al mismo tiempo, con un anticomunismo trasnochado se deslegitima y criminaliza a aquellos/as que en ejercicio de las libertades de asociación, participación y expresión defienden los derechos humanos, la vida y la naturaleza y demandan justicia para los crímenes del pasado y del presente. Sin garantías, la participación comunitaria, política y social se constriñe a los cauces de la rebeldía, la desobediencia, la insumisión y la protesta, opciones riesgosas duramente castigadas por el autoritarismo. A la par, se nos prescriben maneras de ser y comportarnos de modo que si una colectividad o persona rompe los mandatos del poder, con ese “patriotismo” con el que nos odian tanto, es perseguida y castigada, sometiéndola a la represión violenta, el terror de las bandas de seguridad de las empresas privadas y la policía, la cárcel y, en no pocos casos, la muerte.

En ese país -al que los militares y oligarcas con su codicia, su racismo y autoritarismo fascista transformaron en una vía dolorosa donde aún se busca y espera a incontables personas desaparecidas y siguen impunes los autores materiales e intelectuales del genocidio- cotidianamente se perpetran crímenes contra quienes defienden la vida y la naturaleza. Hay ejemplos recientes: los hechos trágicos de San Juan Sacatepéquez, donde mataron a ocho personas, y la represión contra cientos de comunitarios/as del pueblo cho´rti´, en Camotán, que reclamaban la pronta aprobación de la ley de desarrollo rural; allí también se detuvo injustamente a la comunicadora Norma Sansir.

Con el patriotismo del que hacen gala en campañas electorales y publicitan sus marcas, los extremistas autoritarios celebraron la independencia de un país que entregan sin dudarlo al capital extranjero. El suyo es el país equis porque excluyen, explotan, expolian y tratan como extraños a los propios; exilian o exterminan al insumiso/a y expulsan cada día a grandes contingentes de población que parten en busca del bienestar que nunca lograrán si se quedan.

Frente a la Guatemala que se escribe con grandes titulares sobre asquerosas farsas, dolorosas tragedias y hechos que delatan la persistente inmovilidad y anquilosamiento de las estructuras y relaciones económicas, políticas y sociales ancladas en el autoritarismo, la falta de solidaridad, y la cultura de la violencia y de la muerte, me quedo con la Guatemala descrita en la letra menuda que relata el esfuerzo diario por vivir, crear y resistir, por cambiar esa realidad lacerante.

Soy una con la tierra de mi madre, mi padre y mis abuelas, la que guarda y envuelve los restos de mi hermano. La matria que amo y que me duele, la que me da mi identidad, es la Guatemala revolucionaria, rebelde, insumisa, en resistencia siempre; la tierra de la gente digna, mis hermanos y hermanas, que no se arrodilla, que lucha y que resiste indoblegable, que se niega a permitir el saqueo, las nuevas y viejas esclavitudes, la depredación de la naturaleza y de la vida, la que no acepta la Guatemala de mentira y de mentiras.

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