domingo, 14 de diciembre de 2014

Happy Birthday / Feliz cumpleaños

Querido hermano:

Desde hace días le quería escribir esta carta para contarle que el 30 de noviembre, cuando hubiese cumplido 48 años, nos reunimos para festejar su nacimiento.

¡Qué difícil es celebrarle el cumpleaños a un desaparecido! Pero hice el esfuerzo de dejar la tristeza afuera de la casa y de ese día para concentrarme en un solo instante, el de su llegada a este mundo.

Nuestro propósito era hablar de usted, compartir el dolor que nos produce recordarlo para no hacerlo en soledad, como en los 32 años pasados. Fallamos, con excepción de lo último: estar juntas.

Ese día recordé cuando cumplió cuatro años. Yo tenía quince y me sentía un adefesio, la adolescencia siempre es un tránsito difícil. Fue talvez la única ocasión que hicimos una piñata y que tuvimos invitados a una fiesta, quizá nuestras vecinas, Tona y Blanca, y la familia de en frente, Estela, Olga, Rina y su hermano.

¿Se acuerda del patio de la casa, la de antes del terremoto? Había claveles rosados dobles, un nisperal, un duraznero, un alto ciprés romano, mucho monte -no grama recortada, bonita, como la de los parques- y, durante algún tiempo, un gallinero. Ese patio era el territorio de nuestros juegos infantiles: las procesiones con muñecas, la tienda, comidita con ensaladas muy ácidas de tomate, hojas de margaritas y yerbabuena, las piratas, los virus (nuestra imitación de Los Beatles), la camioneta y nuestro favorito, la escuelita con Emma haciendo de maestra y yo de alumna rebelde y haragana. Aquel 30 de noviembre, el de sus cuatro añitos, fue una ocasión feliz. Rompimos la piñata, cantamos el Happy Birthday, comimos pastel y tomamos horchata. Era la manera de tres niñas de demostrarle todo el amor que sentíamos (y sentimos) por usted.

Este 30 de noviembre pudimos estar juntas por primera vez en 33 años. No hubo piñata, pero le cantamos “Feliz cumpleaños” con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas. Después comimos pastel de chocolate. 


Juntar nuestra tristeza y hacerla a un lado fue un ejercicio de voluntad y racionalidad. Su desaparición fue una fuerza centrífuga que nos separó, arrojándonos muy lejos una de otra. Fue muy difícil recorrer el camino de regreso, porque no había camino, para volver a sentirnos como una familia. Talvez el año que viene logremos recordarlo en voz alta y al cantar, dejemos correr las lágrimas en lugar de escondérnoslas mutuamente. 

Desde hace 33 años celebramos su vida y le demostramos nuestro amor no olvidándolo ni perdonando la injusticia -por decir lo menos- que le hicieron sufrir. Por eso, porque lo amamos tanto, porque lo que pasó no debió pasar nunca, jamás dejaremos de buscarlo, de denunciar lo que le hicieron ni de exigir justicia.

La mía, la nuestra, es una dura forma de celebrar su breve existencia. No hay fiesta en ello, sino un profundo sufrimiento y una voluntad para la que espero tener fuerzas siempre. Escribirle estas cartas, rememorar lo sucedido y muchas otros hechos atroces, continuar evocando y manteniendo la dignidad que siempre ha habido en todos los actos de lucha y resistencia colectiva en nuestro país, que más que un país es una perenne herida abierta, es parte de esa voluntad compartida con muchas otras personas, solidariamente.

Se acerca 2015 y dejamos atrás otro año en el que no se pudo lograr avanzar en la justicia ni en hallar lo que sea que quede de usted. 2014 fue muy duro en ese sentido, pero las asperezas y las dificultades no han hecho sino reforzar la convicción de que nuestra esperanza está en luchar, en no darnos por vencidas, en mantener su memoria y la de todas las víctimas de desaparición forzada para que ojalá ¡nunca más! se repita ese crimen en suelo guatemalteco ni en el mundo.

De nuevo, abrazo su recuerdo, beso su foto, añoro su presencia imposible y le prometo que seguiré buscándolo.

Su hermana

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